viernes, 9 de diciembre de 2011

Silencio

El uso del silencio, como el de la palabra, está en una terrible situación. El sonido, en la música, representa sólo una parte de ésta. La otra está en los silencios. Qué incómodo es cuando, a mitad de una canción, la raza empieza a aplaudir pensando que ya se terminó. O cuando al compartirle a otro una pieza instrumental, te pregunta ¿y cuándo empieza?
Creer que todo lo que se puede decir deba ser a través de las letras, de la palabra, es olvidar que hay otra parte que hace a la palabra misma; reitero, el silencio. Por eso quiero ocuparme un poquitirrín del silencio esta vez. Porque de paso intento explicar mis ausencias bloggeras, plan con maña :)



Pues es así, muchachada. Que no sabemos de esa cosa llamada prudencia. O se nos sale toda la sopa o la retenemos toda. De pronto, mientras hablamos de política o futbol o esos temas polémicos y no tan polémicos, nos apasionamos, ¿no? Entonces nos encontramos con una opinión contraria a la nuestra, siendo que la nuestra, evidentemente después de un análisis profundo y serio, es la correcta. La purita verdad. Y pues nada, que hay de dos camino aquí, a saber: nos encabronamos y empezamos a hablar de forma desproporcionada, como si en ello estuviera en juego nuestra integridad, nuestra prudencia, en defender a nuestro equipo de futbol preferido o a nuestro partido político o la imagen de nuestro dios: "¡esto es personal!", nos grita lo que a todas luces no puede ser más que la razón. Posiblemente aquí hagamos una rabieta, un berrinche, quizá hasta una peleílla por ahí. Créanme: se han perdido amistades, dientes y vidas por estas situaciones cotidianas.
Y he aquí, amiguitos míos, que el uso de la palabra es excesivo. Para empezar, quizá tendríamos que cuestionarnos si eso es verdaderamente usar la palabra o si es más bien otra cosa. Pero ya habrá tiempo de hacer otra entrada al respecto. Por ahora, vámonos al segundo camino.
Éste consiste básicamente en escuchar por ahí algo que no nos parece. Una opinión contraria a la nuestra, siendo que la nuestra, evidentemente después de un análisis profundo y serio, es la correcta. Así que ahí estamos frente al embustero, farsante, mentiroso, calumniador de la verdad que es el otro que opina distinto. Entonces, a pesar de saber que tenemos tooooda la razón (lo sabemos porque hemos hecho el análisis arriba mencionado), nos quedamos calladitos. A veces, con el afán de no pelearnos. A veces porque ya no tenemos energías para discutir. Otras veces nos da flojerita y hasta pena por el otro que es tan tonto y no va a comprender nuestros iluminados, sublimes argumentos.

Así está la cosa.

Pero también nos callamos por pena. Por pena a equivocarnos. Nos callamos por miedo. Y hablamos por miedo y por pena de quedarnos callados. ¿Se fijan? Puros excesos. Las palabras a veces hacen mucho daño al otro. Yo vengo a decirles que el silencio puede costarnos todo.
En esos momentos en que nos apasiona contradecir una opinión y aplastarla con nuestras palabras, quizá sea mejor callar. Quizá sea mejor callar porque estamos haciendo un ejercicio muy egoísta. Para hablar de verdad, necesitamos querer al otro, no aplastarlo. Para discutir con alguien, además de quererlo, necesitamos dejar de ser esta basura que somos. No me malinterpreten, no quiero decir que ustedes, sea quien me leyese, sean malas personas.
Hagamos un paréntesis aclaratorio: Yo me llamo Sara. Y mi nombre no es todo lo que soy. A Sara le gusta el color morado, cocinar para muchas personas, andar en pijamas y descalza, correr, etcétera. Pero yo no soy sólo el gusto por equis o ye cosa. Entonces, yo Sara uso lentes, tengo ojos color café, cabello lacio, soy chaparra y algo regordeta. Pero, ¿saben? Yo no soy solo mi cuerpo. Entonces les digo que yo, Sara, soy una persona sensible, arrebatada, voluble, explosiva, querendona. Pero yo no soy sólo lo que siento. Yo vivo en Monterrey, México. Pero yo no soy mi patria. Yo tengo una laptop, dos perros, un cuarto propio, dos pares de tenis. Pero yo no soy mis posesiones. Yo tengo una familia, 2 hermanas y un hermano, 5 sobrinas, un padre y una madre. Pero yo no soy mi familia. Cuando nos describimos, tendemos a usar las posesiones y los gustos como definiciones totales de lo que somos. Y es ahí cuando entra la maña: el ser humano parece que implica solamente cuestiones materiales. Es de esta basura de la que uno tiene que zafarse. Y también de la familia y de los sentimientos, porque la mayor parte del tiempo usamos a la tradición familiar como excusa para justificar que no tenemos pensamientos o acciones propias, sino que están determinadas por nuestros padres y abuelos. Y de los sentimientos porque la mayor parte del tiempo también nos han dicho qué sentir sobre qué cosa: si hay un oso de felpa esponjado y de ojos grandes, hay que conmoverse y sentir ternura, por ejemplo. Todo esto impide salirse del yo en este mundo, en esta realidad asquerocilla, que está determinado por objetos y relaciones de poder. Cerrando el paréntesis aclaratorio, yo no soy este cuerpo de la realidad. Yo me niego a creer que sólo puedo ser esto que escribe.

Entonces, para discutir, hay que salirse de uno mismo, o intentar con toda la fuercita que tenemos. Porque si me quedo encerrado en mí, no voy a hablar, voy a decir tarugadas determinadas por objetos y posesiones y relaciones de poder, de joder al otro, de aplastarlo, de arrebatarle todo y dejarlo desnudo frente a mis inteligentísimos argumentos.
A veces, quedarse callado es el mejor argumento. Esos berrinches en donde todo mundo grita y alza la voz o con retóricas ingeniosas se impone el mejor discurso más bien parecen de perritos meando la tierra para delimitar espacios.
El silencio también es habla. Por eso, a veces nos cuesta tanto cerrar la boca. Porque hablar, sea con sonidos o silencios, implica querer al otro. Abrazarlo, amarlo. Y no, ¿veah? No queremos abrazarlo, queremos aplastarlo.
En fin, el otro punto también es muy peligroso. Quedarse callado no siempre es querer o hablar. Muchas veces es un acto de miedo o de agresión. No querer discutir es terrible, porque también es negarse a amar en otros términos que no sea ese supuesto amor de posesión. El silencio nos cuesta más caro que abrir la bocota de más. Porque ante las acciones, siempre se puede aceptar un error. Pero ante las no acciones, ante lo no dicho, ¿cómo? Quedarse callado, ya se ve, nos ha costado todo. Para hablarles de un caso bastante determinado y particular, en México, el silencio de sus habitantes ha traído matanzas, secuestros, excesos del poder, explotación irracional y desmesurada de la naturaleza, y largo etcétera.
Es más, les planteo a ustedes, ¿cuántos se han quedado callados y no le han dicho a otro "me gustas" o "te amo" por miedo a perder la amistad o lo que sea? Para luego descubrir amargamente que el otro también se quedó callado y perdieron la oportunidad de conocerse y etcétera. Esas tristes historias de amor que nunca pasaron y que duelen quizá más que las que sí pasaron y fracasaron.

Queda el problema: ¿cuándo hay que callar y cuándo hay que hablar? Como ya les dije, no se confundan. Que les quede bien claro: silencio y palabra son parte de hablar. El problema es saber hablar, con el corazón, con eso otro que soy yo y que no son mis gustillos, mis tenis nike y mis camisas puma o lo que sea.
Y como siempre termino: a todo aquello que no sea HABLAR saliéndose de uno mismo, que no sea HABLAR amando al otro... a todo aquello es que hay que rehusarse. Porque la mentira es mentira y punto final.

Estos días de silencio bloggero no son por olvido. Yo realmente quiero hablarles, con todas mis fuerzas. Escribiéndoles hablo con ustedes y conmigo. Pero a veces hay que callar; y, aquí entre nos, no estoy segura de que este silencio sea por cariño o me haya costado todo. Es ambos, quizá.
Lo que sí les aseguro es que los quiero, sean quienes sean. Hablemos.


3 comentarios:

  1. Me gustó Sarita, me sentí identificado en algunos aspectos. Por ahí, hace algunos años leí algo apuesto a lo que expresas en este escrito, "callar no ayuda a que las cosas mejoren, solo las entierra para que después broten amargas y sangrientas", y también leí al poeta que decía en uno de sus poemas "las mejores palabras del amor están están entre dos gentes que no se dicen nada". Personalmente creo que hablar o callar debe combinarse como en el lenguaje musical, porque en la música, el sonido y el silencio tienen su intención y sus momentos, y cuando se combinan muchas veces son simplemente devastadores...

    No sé, quizá estoy pendejo.

    Un beso, Sara.

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  2. opuesto*
    Malditos correctores de texto... ¬¬

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  3. Chapis! me gusto mucho, irremediablemente recordé aquello que me dijiste cuando nos conocimos y tal vez no recuerdes ya, "el hombre que siente mucho dice poco"
    me llevo tu texto para compartirlo, gracias por escribir y continua por favor :)

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